EL ALTAR DE LOS CONDENADOS
Suelo llegar tarde a los casamientos, pero jamás a un concierto de rock. No lo hago porque considero que es la máxima expresión religiosa a la que un ser humano pueda acceder antes de la muerte.
Sobre la tarima desfilan los sacerdotes. Sus alabanzas son reproducidas por miles de fieles. Los rezos automáticos se transforman en himnos. Y mientras todo eso sucede, sobrevuela el espíritu de una hermandad invisible en el aire.
El sábado 26 de noviembre, el rezo comenzaba a las 21:00. Todo estaba previsto para que el acto fuera grandioso. Los antecedentes eran óptimos y las reglas sencillas de seguir.
Había llegado a Buenos Aires con dos días de anticipación para llegar en perfectas condiciones al día más importante del año.
Peral Jam en Ferro. La banda que me había conmovido tanto en la adolescencia por fin llegaba a esta parte del mundo y yo estaba signado a ser testigo de la ocasión.
La tarde había sido por demás calurosa y la noche parecía no dar tregua. Estaba con Grulla, que había viajado ese mismo día desde Montevideo, Hernán, porteño de nacimiento y el señorito Ricardo, un amigo que hace un par de años vive en Buenos Aires.
Con Grulla, gran compañero de recitales, estábamos convencidos que teníamos que llegar al estadio alrededor de las 19:00 para vivir el recital sin apuros, desde una buena ubicación y con la entonación merecida.
Sin embargo mis otros dos camaradas, para quienes el recital era lo mismo que comprarse un Combo 2, creían que no valía la pena ir con tanta anterioridad y que si llegábamos sobre la hora nada malo podría sucedernos.
Con Grulla, pensamos que sería mejor ir en Taxi para no perdernos en el camino (estábamos en Nuñez y teníamos que llegar a Caballito) ni tener problemas de estacionamiento.
El señorito Ricardo quería ir en su automóvil a toda costa sin entrar en razones, y contaba con el apoyo de su secuaz. Lo cierto es que, luego de interminables vueltas para estacionar en un lugar decente y caminar al menos diez cuadras, cuando estábamos por llegar a una de las vallas policiales escucho el grito enfervorizado de los fieles. Los primeros acordes de M.F.C comenzaron a sonar puntualmente y yo corría desesperado por calles desconocidas, repletas de peligrosas fieras hambrientas, en busca de una entrada al templo.
Alcancé a entrar al estadio en la mitad del segundo tema (Save You), y cuando comenzó el tercero (Hail Hail) recién logré acomodarme.
La rabia nubló mi pensamiento (Lukin), estuve a punto de perder el control, y en consecuencia el disfrute del recital. Pero como aquella era una expresión máxima de fe, y no había repetición posible, la sabiduría se disfrazó de música y mis venas se inflamaron de recuerdos. Cada nota traía consigo un momento de mi vida. Años de pelo largo y de días ilimitados. Ahí estaba, ¡yeah!, con todo el futuro por delante (Go), ningún sueño roto (Better man), la velocidad al máximo (Evenflow), piloto automático, las reglas claras, sin presión en la nuca (Given to fly) y los ojos cansados sobre la pantalla de una computadora (Elderly woman venid the counter in a small town). Ahí estaba, yo, el máximo exponente de la creación (Jeremy), una consecuencia de la lujuria en el camino de la redención (Daughter), subido al altar de los condenados saboreando el néctar que los dioses me habían preparado. ¡Hey, ahí estaba! (Alive) Yeahhhhhhh!!!
El poder de McReady (Porch), el influjo de su guitarra, de las seis cuerdas arrolladoras.
Me deslizo en el mercurio, me arrastra suave como olas hacia la orilla.
La hipnótica voz (Black) de Eddie. Los dientes apretados (Do the evolution) y la mirada llena de confusión (Animal). Todo estaba ahí y ahí estaba yo, sumido en el más maravilloso estado de devoción. (Yellow Ledbetter) Amén. Sí, amén, por los ríos de lava que siguen y siguen corriendo en los estómagos de los corredores de bolsa. Amén. Por todo el pelo que se le cae a los ministros de economía. Amén. Por los que venden los sueños y regalan el alma por unas pocas monedas y una seguridad que no existe. Amén. Sean todos ellos bendecidos e iluminados. (Whipping) Sean todos ellos recibidos cuanto antes por las sagradas notas de la tentación. Amén. Amén. Amén. Por todos ellos, simples condenados a la ceguera estúpida que producen las cosas demasiado brillantes (Corduroy) Amén. Por ti, por mí, por nosotros que estamos aquí abajo, unidos mientras todo esto dura lo que se supone que tiene que durar (Insignificance). Amén. Peral Jam tocó en Buenos Aires. Ahora es tiempo de colgar mi leñadora y esperar a las polillas.
Sobre la tarima desfilan los sacerdotes. Sus alabanzas son reproducidas por miles de fieles. Los rezos automáticos se transforman en himnos. Y mientras todo eso sucede, sobrevuela el espíritu de una hermandad invisible en el aire.
El sábado 26 de noviembre, el rezo comenzaba a las 21:00. Todo estaba previsto para que el acto fuera grandioso. Los antecedentes eran óptimos y las reglas sencillas de seguir.
Había llegado a Buenos Aires con dos días de anticipación para llegar en perfectas condiciones al día más importante del año.
Peral Jam en Ferro. La banda que me había conmovido tanto en la adolescencia por fin llegaba a esta parte del mundo y yo estaba signado a ser testigo de la ocasión.
La tarde había sido por demás calurosa y la noche parecía no dar tregua. Estaba con Grulla, que había viajado ese mismo día desde Montevideo, Hernán, porteño de nacimiento y el señorito Ricardo, un amigo que hace un par de años vive en Buenos Aires.
Con Grulla, gran compañero de recitales, estábamos convencidos que teníamos que llegar al estadio alrededor de las 19:00 para vivir el recital sin apuros, desde una buena ubicación y con la entonación merecida.
Sin embargo mis otros dos camaradas, para quienes el recital era lo mismo que comprarse un Combo 2, creían que no valía la pena ir con tanta anterioridad y que si llegábamos sobre la hora nada malo podría sucedernos.
Con Grulla, pensamos que sería mejor ir en Taxi para no perdernos en el camino (estábamos en Nuñez y teníamos que llegar a Caballito) ni tener problemas de estacionamiento.
El señorito Ricardo quería ir en su automóvil a toda costa sin entrar en razones, y contaba con el apoyo de su secuaz. Lo cierto es que, luego de interminables vueltas para estacionar en un lugar decente y caminar al menos diez cuadras, cuando estábamos por llegar a una de las vallas policiales escucho el grito enfervorizado de los fieles. Los primeros acordes de M.F.C comenzaron a sonar puntualmente y yo corría desesperado por calles desconocidas, repletas de peligrosas fieras hambrientas, en busca de una entrada al templo.
Alcancé a entrar al estadio en la mitad del segundo tema (Save You), y cuando comenzó el tercero (Hail Hail) recién logré acomodarme.
La rabia nubló mi pensamiento (Lukin), estuve a punto de perder el control, y en consecuencia el disfrute del recital. Pero como aquella era una expresión máxima de fe, y no había repetición posible, la sabiduría se disfrazó de música y mis venas se inflamaron de recuerdos. Cada nota traía consigo un momento de mi vida. Años de pelo largo y de días ilimitados. Ahí estaba, ¡yeah!, con todo el futuro por delante (Go), ningún sueño roto (Better man), la velocidad al máximo (Evenflow), piloto automático, las reglas claras, sin presión en la nuca (Given to fly) y los ojos cansados sobre la pantalla de una computadora (Elderly woman venid the counter in a small town). Ahí estaba, yo, el máximo exponente de la creación (Jeremy), una consecuencia de la lujuria en el camino de la redención (Daughter), subido al altar de los condenados saboreando el néctar que los dioses me habían preparado. ¡Hey, ahí estaba! (Alive) Yeahhhhhhh!!!
El poder de McReady (Porch), el influjo de su guitarra, de las seis cuerdas arrolladoras.
Me deslizo en el mercurio, me arrastra suave como olas hacia la orilla.
La hipnótica voz (Black) de Eddie. Los dientes apretados (Do the evolution) y la mirada llena de confusión (Animal). Todo estaba ahí y ahí estaba yo, sumido en el más maravilloso estado de devoción. (Yellow Ledbetter) Amén. Sí, amén, por los ríos de lava que siguen y siguen corriendo en los estómagos de los corredores de bolsa. Amén. Por todo el pelo que se le cae a los ministros de economía. Amén. Por los que venden los sueños y regalan el alma por unas pocas monedas y una seguridad que no existe. Amén. Sean todos ellos bendecidos e iluminados. (Whipping) Sean todos ellos recibidos cuanto antes por las sagradas notas de la tentación. Amén. Amén. Amén. Por todos ellos, simples condenados a la ceguera estúpida que producen las cosas demasiado brillantes (Corduroy) Amén. Por ti, por mí, por nosotros que estamos aquí abajo, unidos mientras todo esto dura lo que se supone que tiene que durar (Insignificance). Amén. Peral Jam tocó en Buenos Aires. Ahora es tiempo de colgar mi leñadora y esperar a las polillas.