La mañana inevitablemente está ligada a la noche anterior.
Sábado. Noche de whisky, entre el escocés y el blenders, entre la tatucera y el Living.
Llegué a casa tarde, pero no tanto como en otras ocasiones. No fue una de esas noches de invierno en las que uno se acuesta cuando está saliendo el sol (y se despierta cuando el sol se oculta), fue una noche tranquila que terminó un rato antes de las cinco.
Dormí bien y me desperté tal cual como me acosté: en paz.
Fue a las 10.30, cosa que no me pasaba desde hacía mucho tiempo. Preparé un café y salí a comprar el diario (luego de leerlo confirmé una vez más que no vale la pena, el diario de los domingos es un rejunte de noticias pedorras de internet y tres tomos de clasificados donde cada vez hay más masajes especiales y menos - dos páginas - apartamentos en alquiler)
Se me ocurrió dar un paseo e irme hasta la feria de Tristán Narvaja. Hacía años que no la visitaba.
Llevé el diario, la campera (hacía mucho frío y una leve llovizna perturbaba el aire), el discman, y por supuesto algo de dinero.
Camino a la parada del ómnibus pensé en las mañanas de domingo. Son melancólicas. Las tardes, en cambio, son tristes y con una gran carga de angustia.
Las mañanas de domingo son hermosas y tienen la belleza propia de la melancolía, están llenas de poesía, casi no hay gente en la calle y hasta el aroma de la ciudad es distinto. Debe ser porque hay muchos menos autos en la calle.
Supongo que debe ser un síntoma de la vejez, o algo tan simple como que cambié la rutina drásticamente, pero una noche de sábado no se compara con la belleza de un domingo de mañana. De haber estado esta mañana junto a una mujer la hubiera encontrado mucho más atractiva que a la noche (pese a las creencias populares… como decía Sick Boy, “la mañana se cuida sola”)
Abrigada, quizás con un gorro, una bufanda, con el viento frío rozándole la piel, dispuesta a embarcarse en la aventura, con todo un día por delante, un paseo en la feria, un almuerzo, una tarde lluviosa de siesta y caricias debajo de la frazada, anestesiados rumbo a la inevitable oscuridad de la noche.
Lo cierto es que estaba solo con mi música. El disco elegido para la ocasión fue “ask me tomorrow” de Mojave 3. Un disco ideal para un domingo de mañana.
El ómnibus tardó menos de lo que suponía y, gracias al poco tráfico, a los pocos minutos estaba en 18 entre Gaboto y Tristán Narvaja.
Las primeras cuadras de la feria fueron una gran decepción. Lo único con lo que me encontré fueron puestos de cd pirateados. Los había de música, programas de computadora, cursos de inglés, películas porno, juegos de rol, en tercera persona… Me aburrí y seguí mi camino. Pero los puestos seguían ahí, como si fueran un virus que lentamente estaba tomando la feria.
Entre los puestos de fruta y verduras vendían más que nada especias, medias, gorros, remeras, loros, peces y ropa barata.
No había nada que me llamara la atención. Era como estar en la feria de Villa Biarritz o del Parque Rodó pero sin el parque. La gente andaba peor vestida y muchos tenían caras de retardados mentales.
Había caminado un par de cuadras y estaba muy desilusionado.
Seguí calle abajo por Tristán Narvaja hasta que la cosa comenzó a tomar color. Los puestos de cd le dejaron el lugar a puestos de libros usados. Las frutas y verduras le dieron paso a extraños fierros retorcidos y viejas máquinas de escribir. Shakira le dio paso a la orquesta de Anibal Troilo y aquel recuerdo mágico que tenía de la feria comenzó a materializarse. Los sueños se solidificaron y cada paso era como estar flotando en el límite entre dos universos.
Como siempre sucede me encontré con un amigo. Había compartido la misma experiencia. También se había levantado temprano y decidió hacer una visita a la feria en busca de antiguos libros de ilustraciones. Lo acompañé en la búsqueda.
En el camino mi amigo se encontró con un amigo suyo que vendía a voluntad ejemplares de una publicación de la juventud del partido comunista. Hablaron un rato de la lucha de clases. Después alcancé a escuchar palabras como Oligarquía, Che, Venezuela, Chávez, Unidad, América Latina, Socialismo, Pequeña Burguesía.
Al amigo de mi amigo se lo veía muy amargado. No tendría ni treinta años pero tenía la expresión de un viejo. Estaba derrotado y ni siquiera había comenzado la lucha.
Lo dejamos con la esposa en una esquina mientras gritaba cosas como “Viva la revolución” y “No al imperialismo”
En busca del libro de ilustraciones me encontré con varias fotos de Hitler enmarcadas e impresas con el sello oficial del partido Nazi. Descubrí en el camino muchas cosas nazis que estaban a la venta.
Uno de los vendedores parecía un indio y le faltaban dos dientes. Pensé en que de haber estado en Alemania en la guerra lo hubieran mandado a la cámara de gas. Pero ahí estaba el tipo, con su aspecto de indígena, una raza inferior, vendiendo por trescientos pesos unas fotos del furer saludando a todo su séquito del odio. Pensé en el holocausto. No sentí rabia ni tristeza, sentí algo que se encuentra a mitad de camino y no lo puedo describir.
Seguimos de recorrida hasta que volví a entusiasmarme y me olvidé de todo el asunto de la segunda guerra mundial.
El motivo central de mi entusiasmo fue una vieja pero aún así resplandeciente máquina de escribir Remington. Era negra y la hoja blanca le quedaba de maravilla. Me acerqué y escribí “Henry Miller estuvo aquí” Costaba 800 pesos. Pensé en comprarla pero reparé de inmediato que mi delicado estado económico me lo impedía.
Ya serás mía, pensé, algún día te voy a poseer, te voy a hacer brillar, le voy a sacar fuego a esas teclas tan firmes y bonitas que tienes.
El paseo continuó un tiempo más. Me encontré en el camino con una spika, figuritas de los pitufos, una sábado show con Juceca en la tapa, cientos de pedazos de máquinas tan extrañas como sus pedazos, walkie – talkies, copas rojas que podrían haber estado en el set de una película de Porcel y Olmedo, sellos, monedas, sacos usados, vestidos, retratos de gente muerta y desconocida, acordeones, mesas, ruedas de bicicletas, garrafas, discos de pasta, tocadiscos y el inmenso cambalache de la vida en el medio de la calle, ahí donde se supone que pasa el tiempo, entre puestos de torta frita, perros que no dejan de ladrar, prostitutas jubiladas, borrachos y turistas bien abrigados, con lentes negros, cámara de fotos digital y calzados con el último modelo de nike.
Almorcé a las cuatro de la tarde y ya de vuelta a casa me puse a leer a John Fante.
“Sueños de Bunker Hill” es una hermosa novela. Dulce cuando tiene que serlo, dura, graciosa en muchas partes, emotiva en otras. Prácticamente me la devoré. No pude dejar de leer ni un instante. Ni siquiera recuerdo haberme levantado para ir al baño o para hacerme un café.
Me recosté en la cama y terminé la novela con lástima, como generalmente pasa en las grandes obras, cuando uno pasa las últimas páginas con la inevitable sensación que se tiene cuando algo bueno está llegando a su fin.
Y así fue como sucedió. La novela llegó a su fin, al igual que la mañana de hoy, al igual que está canción, al igual que estas palabras:
Alter All (Mojave 3)
“Show your light to the real world
they can´t see, they can´t see
show your heart to the whole world
let them know, let them know
after all we´re only loooking for a light
just someone to hold us close
after all we´re only loooking for a love
just something to make ir right
show a smile if you´re lonely
don´t break your heart, don´t break your heart
just find something to believe in
and hold it tight, hold it tight
after all we´re only loooking for a light
just someone to hold us close
after all we´re only loooking for a love
just something to make ir right”