Mericrismas
Bien, de un momento a otro se soltará la parafernalia pirotécnica y estoy preocupado por el estrés que eso le pueda ocasionar a mi gato. Cada vez que suena uno de esos petardos el gato se estremece y se pone a maullar como si tuviera mil demonios adentro queriendo salir.
Estoy solo en casa y es la mejor manera que encuentro de pasar la Navidad. Debe ser una consecuencia directa de la circuncisión de la que fui víctima veintinueve años atrás.
Lo cierto es que todo ese discurso de Papá Noel no me interesa en absoluto. La ridícula idea de que un gordo mal vestido atraviese el mundo volando sobre un trineo dirigido por renos voladores me parece digna de un mongoloide subnormal o de un yanqui con el mono.
Lo único que me estimula es saber que de un momento a otro estaré en una fiesta a la que asistirá una hermosa mujer que cree, como escribió Charles cuando yo ni siquiera era un proyecto vital, en mis aún ocultos talentos.
Veremos como evoluciona esta historia. Por el momento apenas si es un boceto. Quizás cuando ella lea estas palabras le cause cierta gracia y hasta por qué no una disimulada carga de vergüenza. Quizás no y eso es lo más probable.
Mientras tanto tomo un whisky y escucho el “Check your head” de los Beastie Boys. Suena bastante podrido y eso lo dota de un atractivo especial. Además la fusión del hip hop con el blues, el jazz y otros géneros musicales lo hace una delicia para mis oídos.
Acabo de omitir el tilde en “oídos” y me siento mal por ello. No es que sea una tragedia ni nada por el estilo pero prefiero no equivocarme cuando escribo. De última es lo único que sé hacer relativamente bien y tampoco es que lo haga maravillosamente.
Sobre la mesa está el último número de la Rolling Stone, el anuario de 2005 y Andrés Calamaro le saca la lengua a todo lo que hay frente a él. En este momento tiene enfrente a la lámpara que cuelga del techo. Sobre la revista está mi celular, el cual atraviesa en estos momentos serias dificultades para conectarse con el mundo exterior. Supongo debe ser debido al alto tráfico de llamadas a estas horas. Todos tienen algo que decir en estas fechas. Algo que permanece oculto durante el resto del año. Y esto también me parece bastante ridículo, aunque mucho menos que la pomposa figura de Santa Claus.
El tema del teléfono me preocupa de sobremanera. Si no se liberan las líneas va a ser bastante difícil que pueda encontrarme con ella. Y si no me encuentro con ella va a ser todavía mucho más difícil, por no escribir imposible, que pueda disfrutar de su compañía.
Ahora suena el tema “Groove Holmes”. Es condenadamente bueno. Un tema simple, instrumental, donde el teclado se lleva el oro olímpico. Una percusión latina acompaña el romance entre la batería y el bajo, y el resultado es sublime.
De un momento a otro estallarán los fuegos artificiales y mi gato aún no lo sabe. Descansa tranquilo sobre el sillón.
El afortunado no conoce la ansiedad, simplemente vive de acuerdo a sus instintos y no sufre la condena de una sinápsis descontrolada. Yo no dejo de pensar en el mal momento que vivirá dentro de poco y en los buenos momentos que me esperan si es que logro hacer que mi celular funcione.
Quizás la idea de Papá Noel no sea tan mala ahora que tengo al menos un sencillo deseo que espera a ser cumplido a la brevedad.
Estoy solo en casa y es la mejor manera que encuentro de pasar la Navidad. Debe ser una consecuencia directa de la circuncisión de la que fui víctima veintinueve años atrás.
Lo cierto es que todo ese discurso de Papá Noel no me interesa en absoluto. La ridícula idea de que un gordo mal vestido atraviese el mundo volando sobre un trineo dirigido por renos voladores me parece digna de un mongoloide subnormal o de un yanqui con el mono.
Lo único que me estimula es saber que de un momento a otro estaré en una fiesta a la que asistirá una hermosa mujer que cree, como escribió Charles cuando yo ni siquiera era un proyecto vital, en mis aún ocultos talentos.
Veremos como evoluciona esta historia. Por el momento apenas si es un boceto. Quizás cuando ella lea estas palabras le cause cierta gracia y hasta por qué no una disimulada carga de vergüenza. Quizás no y eso es lo más probable.
Mientras tanto tomo un whisky y escucho el “Check your head” de los Beastie Boys. Suena bastante podrido y eso lo dota de un atractivo especial. Además la fusión del hip hop con el blues, el jazz y otros géneros musicales lo hace una delicia para mis oídos.
Acabo de omitir el tilde en “oídos” y me siento mal por ello. No es que sea una tragedia ni nada por el estilo pero prefiero no equivocarme cuando escribo. De última es lo único que sé hacer relativamente bien y tampoco es que lo haga maravillosamente.
Sobre la mesa está el último número de la Rolling Stone, el anuario de 2005 y Andrés Calamaro le saca la lengua a todo lo que hay frente a él. En este momento tiene enfrente a la lámpara que cuelga del techo. Sobre la revista está mi celular, el cual atraviesa en estos momentos serias dificultades para conectarse con el mundo exterior. Supongo debe ser debido al alto tráfico de llamadas a estas horas. Todos tienen algo que decir en estas fechas. Algo que permanece oculto durante el resto del año. Y esto también me parece bastante ridículo, aunque mucho menos que la pomposa figura de Santa Claus.
El tema del teléfono me preocupa de sobremanera. Si no se liberan las líneas va a ser bastante difícil que pueda encontrarme con ella. Y si no me encuentro con ella va a ser todavía mucho más difícil, por no escribir imposible, que pueda disfrutar de su compañía.
Ahora suena el tema “Groove Holmes”. Es condenadamente bueno. Un tema simple, instrumental, donde el teclado se lleva el oro olímpico. Una percusión latina acompaña el romance entre la batería y el bajo, y el resultado es sublime.
De un momento a otro estallarán los fuegos artificiales y mi gato aún no lo sabe. Descansa tranquilo sobre el sillón.
El afortunado no conoce la ansiedad, simplemente vive de acuerdo a sus instintos y no sufre la condena de una sinápsis descontrolada. Yo no dejo de pensar en el mal momento que vivirá dentro de poco y en los buenos momentos que me esperan si es que logro hacer que mi celular funcione.
Quizás la idea de Papá Noel no sea tan mala ahora que tengo al menos un sencillo deseo que espera a ser cumplido a la brevedad.