EL PERRITO QUE REÍA

¿Se puede sobrevivir como escritor?

Nombre: El perrito que reia
Ubicación: Vanuatu

Me levanto con los ojos rojos.

sábado, diciembre 24, 2005

Mericrismas

Bien, de un momento a otro se soltará la parafernalia pirotécnica y estoy preocupado por el estrés que eso le pueda ocasionar a mi gato. Cada vez que suena uno de esos petardos el gato se estremece y se pone a maullar como si tuviera mil demonios adentro queriendo salir.
Estoy solo en casa y es la mejor manera que encuentro de pasar la Navidad. Debe ser una consecuencia directa de la circuncisión de la que fui víctima veintinueve años atrás.
Lo cierto es que todo ese discurso de Papá Noel no me interesa en absoluto. La ridícula idea de que un gordo mal vestido atraviese el mundo volando sobre un trineo dirigido por renos voladores me parece digna de un mongoloide subnormal o de un yanqui con el mono.
Lo único que me estimula es saber que de un momento a otro estaré en una fiesta a la que asistirá una hermosa mujer que cree, como escribió Charles cuando yo ni siquiera era un proyecto vital, en mis aún ocultos talentos.
Veremos como evoluciona esta historia. Por el momento apenas si es un boceto. Quizás cuando ella lea estas palabras le cause cierta gracia y hasta por qué no una disimulada carga de vergüenza. Quizás no y eso es lo más probable.
Mientras tanto tomo un whisky y escucho el “Check your head” de los Beastie Boys. Suena bastante podrido y eso lo dota de un atractivo especial. Además la fusión del hip hop con el blues, el jazz y otros géneros musicales lo hace una delicia para mis oídos.
Acabo de omitir el tilde en “oídos” y me siento mal por ello. No es que sea una tragedia ni nada por el estilo pero prefiero no equivocarme cuando escribo. De última es lo único que sé hacer relativamente bien y tampoco es que lo haga maravillosamente.
Sobre la mesa está el último número de la Rolling Stone, el anuario de 2005 y Andrés Calamaro le saca la lengua a todo lo que hay frente a él. En este momento tiene enfrente a la lámpara que cuelga del techo. Sobre la revista está mi celular, el cual atraviesa en estos momentos serias dificultades para conectarse con el mundo exterior. Supongo debe ser debido al alto tráfico de llamadas a estas horas. Todos tienen algo que decir en estas fechas. Algo que permanece oculto durante el resto del año. Y esto también me parece bastante ridículo, aunque mucho menos que la pomposa figura de Santa Claus.
El tema del teléfono me preocupa de sobremanera. Si no se liberan las líneas va a ser bastante difícil que pueda encontrarme con ella. Y si no me encuentro con ella va a ser todavía mucho más difícil, por no escribir imposible, que pueda disfrutar de su compañía.
Ahora suena el tema “Groove Holmes”. Es condenadamente bueno. Un tema simple, instrumental, donde el teclado se lleva el oro olímpico. Una percusión latina acompaña el romance entre la batería y el bajo, y el resultado es sublime.
De un momento a otro estallarán los fuegos artificiales y mi gato aún no lo sabe. Descansa tranquilo sobre el sillón.
El afortunado no conoce la ansiedad, simplemente vive de acuerdo a sus instintos y no sufre la condena de una sinápsis descontrolada. Yo no dejo de pensar en el mal momento que vivirá dentro de poco y en los buenos momentos que me esperan si es que logro hacer que mi celular funcione.
Quizás la idea de Papá Noel no sea tan mala ahora que tengo al menos un sencillo deseo que espera a ser cumplido a la brevedad.

miércoles, diciembre 21, 2005

En un rincón espeso del infierno

La luz que brilla sobre su rostro se aleja y esa maravillosa conjunción de ojos, nariz y boca aún así resplandece por sobre todas las cosas.
Todos se mueven en busca de un cuerpo caliente, de músculos y sangre, y sin embargo nadie se toca. Las sombras se trasladan de un lugar al otro, sobre el suelo alienado de tierra y humedad.
43% de nada, destilados en algún lugar de Escocia, tan lejano como las verdades, degenera el paisaje y lo convierte en un rincón espeso del infierno. Bailamos con nuestros demonios a cuestas, llevamos la insoportable carga de la ansiedad y el deseo se escabulle entre risas fáciles y miradas esquivas.
La respiración agitada se aleja de la música. Apenas si suena la parodia de los latidos. Nadie se atreve a explorar más allá de lo evidente, a encontrar las causas del fenómeno, a recorrer el torrente sanguíneo desde la creación hasta la idea.
La luz que brilla sobre su rostro vuelve pero ella se aleja. Una simbiosis entre lo real y lo imaginario. Una perfecta conjunción entre lo abstracto y lo preciso.
Debería estar lejos de aquí. En Tánger quizás. Recostada a orillas del mar. Sumergida en el paisaje árido y refrescante a la vez. El perfume del hachis penetrando en las paredes blancas. Una hoja en blanco que bailotea al ritmo del viento sobre una antigua y pesada máquina de escribir. Un atardecer bañado en vino. La indescriptible sensación de la plenitud.
Pero no. En los decibeles escondemos la desesperación y en la multitud abrazamos el miedo.
La luz juega a ser testigo, ella se escabulle, y yo desaparezco víctima de mi propia salvación.

sábado, diciembre 17, 2005

Incoherencias de una tarde de primavera (después de la guerra)

… 4pm… pum pum pum… los recuerdos del bombardeo de la noche aún permanecen en mi conciencia. Llego hasta la computadora y el remolino vital me asalta llevándome lejos, mucho más allá del final del arco iris, adonde la luz no llega… 4pm…
Para referirme a las incoherencias debo en primer lugar analizar la coherencia entre la incoherencia y los barquillos rellenos de dulce de leche.

El barquillo, esa magnífica representación cilíndrica de masa para hacer barquillos, no es más que un inmenso vacío que espera a ser rellenado por alguna que otra sustancia que lo dote, además de gusto, de peso, de una razón de ser.
Dependerá pues, del relleno, que el barquillo adquiera un nuevo sabor, amén de que la propia masa de barquillo tiene el suyo propio.

En otro orden de cosas debemos atender la variable subjetiva del sabor (“sobre gustos no hay nada escrito” Anónimo) y la subjetivización de la verdad, característica propia de algunos existencialistas daneses jorobados y de borrachos sin fe.

Escribir sobre la coherencia entre la incoherencia y los barquillos rellenos de dulce de leche no es una tarea fácil, aunque si uno se pone a escribir cualquier pavada, aprovechando que uno sentenció que iba escribir sobre la incoherencia, entonces todo está permitido.

Sin embargo si lo hacemos, inevitablemente estamos siendo coherentes. Por lo que estamos atrapados en un pensamiento laberíntico o circular, cosas distintas, pero que vienen bien al caso.

La pregunta en definitiva, de acuerdo a nuestro errático pero efectivo método de razonamiento, es si necesitamos cierta coherencia para hablar de la incoherencia.
¿Acaso no sería incoherente hacerlo?

¿En qué parte de esta polémica mental ingresan los barquillos rellenos de dulce de leche? es otra de las preguntas que surgen luego de haber releído lo que acabo de escribir.
Pues bien, el barquillo y su relleno, representan a la forma y sus posibles contenidos, es una referencia directa al carácter dualista de nuestra existencia y en definitiva a nuestra propia representación como seres humanos.

Es la propia coherencia del planteo de la incoherencia a través de la incoherencia la que nos conduce irremediablemente a la demencia.

El barquillo representa eso en su estado puro. Se trata de un elemento disonante en todo planteo filosófico y además es riquísimo.

Así que la próxima vez que te enfrentes a la incoherencia, no hay nada mejor para saciar tu espíritu racional (“el ser humano es una contradicción andante” ¿?) que unos buenos barquillos con dulce de leche. ¿Coherente? Sí, no, acaso, quizás, en definitiva, un No sabe No Contesta.

sábado, diciembre 10, 2005

¿Cuál es tu joroba?


La conclusión era más o menos así: resulta que al elegir lo incomprensible alcanzamos la libertad total y anulamos la angustia existencial que nos provoca una vida estética vacía arrastrada inevitablemente hacia la nada.

Lo había leído a la tarde, pero a la madrugada el recuerdo de esas hojas recién impresas se hizo presente. La demencia absoluta o un remanso de claridad, como prefieran llamarle, a esta altura de la mañana me es indiferente, llegó mientras observaba en el baño a una polilla detener el tiempo sobre una lamparita. Pude notar sus delgadas alas y el débil cuerpo que carga con ellas. Un animal horrible, si uno no es de esas personas que disfrutan estudiando insectos. Y un animal maravilloso a la vez, si uno no es de esas personas que suelen quedarse con la primera impresión.

Abajo la fiesta seguía. Todos reían y se mostraban sumamente amistosos con el de al lado. El alcohol había cumplido su objetivo.

Me puse a pensar en aquel filósofo danés que era jorobado. Recomiendo su biografía, especialmente la parte de su conflictiva relación consigo mismo y con su prometida Regine. Pueden encontrarla poniendo su nombre en cualquier buscador en internet, pero eso es digno de un post aparte.

Fue gracias a una suculenta herencia que le dejó su padre que, a pesar de su joroba, se dedicó a explorar el mundo estético en todas sus manifestaciones. Fue parte de la movida danesa influenciada por el romanticismo y tuvo lo que se dice por estos lares una agitada vida social. Eso lo hizo objeto de bromas crueles y hasta llegó a ser caricaturizado en periódicos de la época.

Y ahí estaba este señor, cargando su joroba de un lado al otro e intentando ligar alguna que otra preciosura. Lo que me hizo pensar que todos cargamos con una joroba. La de algunos es más visible que la de otros. La de Soren, era estéticamente imposible de ocultar.

Cuando volví a la fiesta intenté descubrir la joroba de los que despreocupados movían las copas de un lado al otro y bailaban al ritmo de canciones sin ritmo.

No tuve mucha suerte. Creo que nos hemos convertido más que nada en expertos en camuflaje de jorobas. Estamos más cerca de la nada que de lo absoluto, y nos refugiamos en lo estético porque sólo así podemos impedir que los demás vean nuestra joroba, pero por sobre todas las cosas porque sólo así conseguimos que esa joroba ni siquiera sea visible para nosotros mismos.

¿Cuál es la tuya?

sábado, diciembre 03, 2005

OTRO ROUND

La hoja en blanco es mi cuadrilátero. Soy un boxeador de la palabra que lucha contra su propia sombra. La mayoría de las veces termino malherido. Me enfrento a mis propias cicatrices que se abren una y otra vez. A veces tiro la toalla y me hundo en una angustia insoportable. Me llevo la derrota a mi cuarto y ella duerme conmigo. Son días tortuosos donde la luz penetra débil a través de las rendijas de una vieja persiana de madera.
En otras ocasiones tengo el acierto de un gran golpe y puedo saborear el éxito de la victoria. No suele durar demasiado. Porque estoy empecinado en volver al Ring. Estoy condenado a enfrentarme a la palabra una y otra vez, a mejorar mi estilo y aumentar mi resistencia al dolor. Entonces la derrota se instala frente a mí, un reflejo monstruoso que quiere verme tirado, agonizante, entre la lona y las manchas de sangre.
Me he abierto la cabeza tantas veces que por momentos creo que un golpe más pude llegar a ser el último. Sin embrago me vuelvo a poner en pie y ahí voy, sigo entrenando con la esperanza de obtener el triunfo definitivo, el que me acompañe por el resto de mis días. Así sueño con ventanas abiertas y días soleados. Con los poderosos rayos del sol que iluminan los rincones más oscuros de mis entrañas.
No sé si algún día llegaré a escribir algo tan elevado como el capítulo VIII de “Pregúntale al polvo” de John Fante. Lo único que sé es que voy a seguir peleando.
El protector bucal se despedaza en las noches viciadas de ansiedad. Las vendas se humedecen cuando las heridas no cierran bien. Los huesos duelen durante las madrugadas de lluvia. Pero la simpleza del aire que me inflama el pecho cada vez que termino un cuento se convierte en polvo divino, me acerca al paraíso y me convierte en el ser más poderoso del universo.

Post dedicado a la musa que me visitó el viernes a la noche, se elevaba por entre la masa, entre el humo de los cigarros y el whisky escocés, regalándome un instante de liberación.


I SHALL BE RELEASED (Bob Dylan)

They say ev'rything can be replaced,
Yet ev'ry distance is not near.
So I remember ev'ry face
I see my light come shining
I shall be released.
They say ev'ry man needs protection,
Yet I swear I see my reflection
Some place so high above this wall.
I see my light come shining
I shall be released.
Standing next to me in this lonely crowd,
Is a man who swears he's not to blame.
All day long I hear him shout so loud,
Crying out that he was framed.
I see my light come shining
I shall be released.